Posted: 28 Nov 2012 11:16 AM PST
En el mundo clásico y puro del Old Normal siempre han habido dos clases de inversores: Por un lado los necesitados de generar rentas estables y que no soportan volatilidades ni las pérdidas temporales de dinero (lógicamente las pérdidas permanentes no las soporta nadie, a pesar de que caen como lápidas mortuorias sobre los mal asesorados); y por otro lado los que, no precisando dichas rentas, tienen una visión empresarial mayor y toleran volatilidades altas y periodos relativamente cortos de pérdidas. En medio de estas dos especies biológicas, lógicamente hay todas las combinaciones posibles, haciendo que el mestizaje inversor reine sobre la mayoría de los mortales. Otro apartado merecen los especuladores, de quienes ya hablamos en un anterior artículo, cuyo perfil ludópata está alejado del concepto de “inversor” al que hoy nos referimos.
Centrándonos en los perfiles clásicos que demuestran aversión, o bien tolerancia a la volatilidad y a las pérdidas temporales, es fácil determinar que los primeros deben decantar más sus inversiones a la renta fija y estrategias de retorno absoluto, mientras que los segundos deben posicionarse más en renta variable, es decir en la compra de acciones cotizadas de buenos y baratos negocios. Hasta aquí todo parece diáfano.
Sin embargo, el New Normal de los Mercados actuales hace que los tradicionales rentistas que no pueden asumir pérdidas temporales ni volatilidades significativas, tengan un grave problema. Y es que para obtener rentas a lo largo del tiempo sin poner en riesgo la devolución del principal, necesitamos invertir en deuda cuyo emisor sea solvente. Pero en el escenario actual los emisores tradicionales (Estados y grandes empresas de las zonas más desarrolladas del planeta), están sobreendeudados y han perdido toda o casi toda su solvencia.
Es cierto que aún mantienen volatilidades bajas que tranquilizan a los inversores, pero es una falsa sensación de seguridad, ya que esa ausencia de volatilidad es fruto de la inconsciencia de la mayoría de inversores institucionales, que son los que manejan mayores volúmenes, que aún siguen aparcando sus billones de forma tradicional. Bueno, inconsciencia, incapacidad para encontrar alternativas de inversión, aversión a la volatilidad, etc. Llamémosle un criterio de mediocridad reinante (aquí os dejo su definición en primera parte y segunda parte), que mantiene una falsa apariencia de normalidad solvente. Esta normalidad aparente se ve reforzada por el discurso políticamente correcto de los gobernantes de los países más desarrollados. ¿Sabéis el cuento de la rana que muere apaciblemente hervida si el agua se calienta lentamente? Pues eso.
Los gestores y asesores, así como muchos inversores, prefieren hoy cerrar los ojos y pensar que los bonos de países y empresas del mundo desarrollado siguen siendo tan solventes como antaño, que enfrentarse a la cruda realidad. ¿Y cuál es esa realidad? Pues la insolvencia extrema que sufren los bonos soberanos y de muchísimas grandes empresas, cuyos ingresos públicos y negocios se centran en un mundo desarrollado recesivo como nunca. Por no hablar de las pérdidas que van a sufrir en cuanto la inflación repunte un poco, lo cual es más que previsible en un mundo en el que las máquinas de hacer billetes están trabajando a triple turno diario.
La decisión a la que se deben enfrentar estos inversores rentistas que no toleran pérdidas temporales es crucial. Deben elegir entre solvencia o baja volatilidad. Porque paradójicamente, la deuda insolvente del mundo desarrollado mantiene aún una baja volatilidad, debido como ya hemos dicho al criterio de mediocridad y la inconsciencia del riesgo que se asume en dicha deuda desarrollada, que mantiene cautivo ahí el dinero, por el momento.
Así pues, la solvencia de los emisores (tanto soberanos como corporativos) se ha desplazado hacia los países emergentes. Allí es donde los inversores, previa selección de los mejores gestores de fondos de inversión, pueden prestar su dinero con la certeza de que no sufrirán pérdidas definitivas. Lo que sí van a tener que soportar es una volatilidad mayor (posibles pérdidas temporales de corto espacio de tiempo) que la que solían tener en su tradicional renta fija desarrollada.
Y eso es debido a la estrechez de esos mercados, producida porque la mayoría de los grandes inversores institucionales aún no han aterrizado sobre esa deuda emergente. Probablemente cuando lo hagan será para quedarse muchos años, y habremos asistido entonces a la metamorfosis de economías emergentes para convertirse en desarrolladas. En ese estado, se reducirán sus rendimientos, aumentará su deuda y probablemente también su insolvencia, si se repite el abuso del endeudamiento que todos hemos conocido de cerca. Porque los inversores de renta fija emergente que eligen buenos gestores, obtienen desde hace ya varios años unos rendimientos que hacen que esas emisiones de bonos, además de ser más solventes, sean hoy por hoy mucho más rentables.
El perfil y las perspectivas de los bolsistas, sin embargo, no ha cambiado tanto en este New Normal. La compra de buenos negocios por precios menores a su Valor, siempre se convierten con el tiempo en beneficios. Y el escenario actual de hiperendeudamiento del mundo desarrollado tan sólo nos exige ser aún más rigurosos en la selección de empresas.
Porque ante una estrangulación del flujo de crédito como la presente y futura, sólo las empresas del mundo desarrollado con bajísimo o nulo endeudamiento podrán sobrevivir. En cambio en el mundo emergente, donde el crédito fluye aún a ritmo suficiente, acompañado de economías crecientes, permite cierta laxitud en dichos criterios de selección y caben estrategias sutilmente menos conservadoras (búsqueda de Crecimiento-Growth, además de Valor-Value).
En definitiva, este nuevo mundo al que los inversores nos tenemos que enfrentar, exige una adaptación mucho mayor a bonistas que a bolsistas. Siendo además los primeros mucho menos proclives a evolucionar y adaptarse a las circunstancias cambiantes, lo cual les deja muy indefensos ante el escenario actual.
Algunos tratan de suplir la generación de rentas de los bonos, de la que ya empiezan a desconfiar (deuda soberana periférica, depósitos en bancos españoles, etc.), con la búsqueda desesperada de alquileres estables.
Pero esa es una misión imposible después de la burbuja que nos ha explotado en la cara, y acaba con la indefectible rebaja de alquileres, aumento de morosidad y la pérdida de valor inmobiliario galopante. Por tanto los bonistas que quieren evitar pérdidas permanentes y generar rentas, deben perseguir a toda costa emisores solventes. Y éstos se han trasladado al mundo emergente y vienen acompañados inevitablemente por una mayor volatilidad, que se traduce en periodos de pérdidas temporales que se pueden alargar varios meses. Eso da al traste con las rentas presuntamente “fijas” que se desean y que hasta hoy están ofreciendo temerariamente los depósitos bancarios y la deuda soberana europea, pero es lo que hay. Bienvenidos al mundo real y no al discurso virtual bancario y político.
Una vez más, y esto es algo que se repite en la Historia de la inversión a lo largo del último siglo, los bonistas son los que llevan las de perder cuando se presentan dificultades de gran calado como las actuales. No suelen salir bien parados y sus pérdidas son permanentes, o sea que no duran meses ni años sino que son para siempre. Y sólo los más ágiles y bien asesorados podrán evitar riesgos y seguir generando buenos rendimientos en la renta fija.
Mirad en el gráfico superior lo que les ocurrió en Argentina (y lo que puede volver a ocurrir pronto) a los bolsistas y a los bonistas. Como podéis apreciar, los bolsistas suelen soportar y soportarán mucho mejor el colapso de las economías y de la deuda desarrollada. Porque no hay pérdida por, abultada que ésta sea, que unos buenos negocios comprados a buen precio no puedan recuperar a lo largo del tiempo.
Y el Mercado lo sabe y lo cotiza en 1, 3 o 5 años. No más. Tan sólo hay que ver que los mejores fondos de inversión de renta variable del mundo, jamás han tardado más de 3 o 4 años en superar sus máximos pre-crash bursátil. Tened en cuenta que el gráfico compara el valor de los bonos argentinos (pérdida definitiva) con el simple índice bursátil (pérdida temporal), imaginaos dónde estaría el gráfico si además somos capaces de invertir en los mejores fondos de inversión, superando de forma clara y sostenida al índice de referencia. Es óbvio que no todos los inversores pueden soportar la volatilidad de la bolsa, pero la diferencia a todas luces es abismal.
Haced la prueba del algodón y comprobad si los fondos en los que estáis invirtiendo tardaron más o menos de 3 o 4 años en ganar dinero después de los últimos crashes…
No os conforméis con la mediocridad de los ETFs o los fondos que sólo aspiran a igualar a sus índices de referencia. El futuro es de los bolsistas que superan de forma amplia y sostenida a sus benchmarks, y de los bonistas que siguen a la solvencia allá donde va. Y fijaos que ni los unos ni los otros deben obsesionarse por mantener una baja volatilidad, ya que eso les llevará a la ruina en los tiempos que corren. La volatilidad ha venido para quedarse. Y bolsistas y bonistas deben aprender a convivir con ella si quieren invertir de forma solvente a largo plazo.
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